En los rincones las pelusas, grises y rosas. Capaz las
limpia, o las patea hacia debajo de la cama, es amplia y fría. En otro rincón
nada. Solo el brillo del sol que entra sin permiso porque las cortinas son
inexistentes. Pasando el cuarto el frío
es inmutable. Solo eso. Pasando la habitación solo es frio y nada más. Después
hay una cocina. Con aromas avergonzantes que él sabe que están, puede olerlos
porque no hay impedimentos en su olfato. Desventaja. Desventajas en el juego.
Entonces el juego se vuelve distante y practicado. Qué vamos
a hacer si después de la habitación solo hay nada y en esa nada el brillo del
sol refleja lo inexistente y lo ahuecado...cómo puede hacer para que ese brillo
no la cegué nuevamente y caiga en la trampa de tantas pelusas y tantas sabanas
y tantos perfumes y tantos olfatos y tantos y tantos que son...nada.
El recreo cae en un balcón donde después de las 5 el sol no
da vida, la quita lentamente y empieza antes la nostalgia de saberse solo y con
palabras atravesadas en la memoria o la garganta, tironeando sin poder salir,
sin decirse, sin corporalidad, como ese sol que cae rápidamente, como en ningún
otro lugar, como en ningún otro estado. Entonces... Entonces qué?
Todo. Porque el juego cae en la cocina, cae en el frío de la
sala posterior del cuarto. Ahí él ha sido sepultado. Pasarán a la habitación,
cálida, con colchas que dan alergia, que dan recuerdos ajenos que aún se
sienten en las paredes, donde no hay huellas en las paredes....no eso fue en
otro lugar, la marca de rouge en la pared y perdón. O disculpas, “fue lo que
pasó y no quise ensuciar”, pero existe y la ridiculez donde se ensucia, se
cega, se tironean las palabras, se callan, se atragantan, se calman, se
duermen, descansan en la lengua que algún día, dirá las más crueles y duras
palabras, porque van transformándose en eso que no queremos que sean. Es lo más
parecido a la realidad y lo más alejado. Es fácil y no, porque lo fácil
redondea lo complejo, dentro de lo fácil está el mundo incompleto indecible...imberbe...mudo,
adicto. Y él, guiando el juego tonto
entró en la mancha que ya nunca podrá sacar.
Las pelusas se vuelven luz. La luz que molesta porque ya no
hay nada y el frio atraviesa el cuarto, la puerta golpea, la tira con violencia por no comprender al cuerpo
tendido en las sabanas que no le pertenecen, ella lo sabe, lo siente y pretende
dormir dentro de otro recuerdo, y el juego simple, la marca de rouge en la
pared todo revuelto y mezclado, todo eso dando giros junto con las polvos que
se desprenden del piso...caen de golpe en su rostro que en su frenesí
desesperado por intentar acallar se sabe despierta, prefiere ignorar y ya no
lucha y ya no quiere el juego y ya no quiere nada. Desea que todo se vaya con él
cuando cierre la puerta del frío. Que deje de entrar el flagelo que mueve todas
esas pelusas y partículas y palabras que la agotan y molestan. Vuelve a dormir.
Pero...
El recreo, donde el fuego se extinguió antes de prenderse
porque ambos saben que nunca pasará, que todo será una práctica recriminatoria
de otra, una reiteración para entender lo pasado, y los jirones y la piel
estirada que duele y lastima, y más adentro por favor y basta.
Se va, no hay juego, hay sol, hay que despertar de ese sueño
denso y pálido, que vuelva el sueño de saberse soñada. Saberse descansada y
desnuda frente a lo puro. Lo puro del engaño insistente que tanto calma, porque
siempre apacigua lo que es conocido, porque lo conocido es sabido, aunque no lo
sea, porque las pelusas son entes con nombres propios y puede decirlos, pero
no. Porque la boca ve que calla su propia función.
Los órganos que mueven teclas invisibles tocando lugares
impenetrables. Para qué? Por qué si nada vuelve? Porque volver...porque dejar
que callen y se vuelquen a otros gestos a otros juegos a otros nombres. Y la
pared manchada, manchando el baño con sangre que se va por la tubería y nunca
lo sabrá porque nadie lo vio, nadie lo supo, nadie de nadie porque nadie ya es
un amigo.
Mejor decirlo, después de las 5, a las 7, se va, ya no
quiere verlo, el sol se fue, pero lo malo es conocido y volverá, entonces sale
al frio. Ella sale y se acobarda de ella misma, de saberse encerrada en una
rueda que no gira, que estancada y neutra volverá al frio de la sala contigua,
donde el balcón muestra las luces en subida, los arboles lejanos, que antes él
le comentó y a ella le importó poco. No sabía que iba buscando, no sabía que
iba a esconder ni callar ni gritar, porque si grita, ella apagada grita que no
queda nada. Solo las pelusas, que intenta evitarlas porque los nombres que
hablan en ellas son repetidos. Todos acostumbrados y el anzuelo fue fácil, y la
escoba barre lo que ya no limpia y nunca limpiará, se sabe desconocida e
imparcial. Cuando pone el pie en el balcón y mira hacia abajo piensa en la
ceniza cayendo sin medida, agrandándose rápidamente en el aire fresco que no le
pertenece. Que no le es propio, que prefiere la humedad aunque luego se queje,
aunque a regañadientes prefiera la humedad y lo malo que ha reconocido y sabe
tratar y manejar. Y todo esto, para qué? Porque lo simple no es simple, no es
complejo, son las palabras que nos impiden entendernos, que las miradas se
entienden, entonces él la agarra, la abraza, la mira, ella lo mira y entiende
cosas que no comprende y son innombrables. Todo esto cayendo desde el balcón,
dejando caer la hoja, tirando el mapa hecho a mano, con letra de nene,
incomprensible, perdida, disipada y asustada no se logra compensar y toda esa
vorágine de lástima, pena y angustia por todas esa cosas que ya no son palabras
que ya no son nada más que frío en la garganta y en el cuerpo. Tan adentro, tan
profundo, tanto duele, pero ese dolor gozoso y nefasto, como él. Como lo frío
que te identifica y que es innato, y el mutismo. Cae todo por el balcón y ella
mira como chocan contra la pared del vecino que siempre tiene agua, agua viscosa
y verde, y ella quiere un mar, calor, palabras que cubran todo eso, quiere la
mirada que siempre está, quiere que el discurso no sea analizado.
“Analizo tu discurso” por qué...si todo esto cae rápidamente en horas hacia las
sabanas de nadie, impersonales y beige que no emiten más que sonidos apagados.
En la almohada el sueño no llega, solo dormir sobre lo negro, como un gran
fundido para empezar de cero o de dos o no empezar. Cierra la puerta fuerte,
porque el enojo es evidente, la despierta y ella piensa: cuándo fue que decidí
hacer todo esto...todo esto que me gana y a la vez empata. Entonces apreta los
ojos y él se sentará en la cama tocándole los pies. Ella deja que la toque y
siente que ya todo se ha vaciado, antes de llegar, que el error fue haberlo
aceptado. Pero ya es tarde, él se apoya sobre ella, la abraza y le dice algo
que la tranquiliza, porque la sabe inestable y con penas que nunca contará y se
las morderá por dentro y la única forma de contarlas es cuando él le dice que
todo es normal, que todo está bien y ella sabiéndose engañada y torpe, mala, avergonzada no tiene
más escapatoria que rendirse a la presión y tan adentro que duele. Y el sol la
despierta, fueron solo 5 minutos, 5 minutos donde la habitación es cada vez más
cálida y recuerda a algo que tampoco dirá, pero lo rosado se mancha con todo
eso que no se puede, que es pesado y las partículas se vuelven plomo y duele la
cara, la nariz, los ojos y las orejas, porque el frio apresa.